De la mano del juego, el niño o niña navega con seguridad, y en este estado de juego, donde el placer es el timón, y el niño o niña el capitán, donde irá adquiriendo nuevos aprendizajes, que lo llevarán a nuevas derivas, donde un SÍ a la Vida le hace avanzar, donde el juego y la vida se abrazan, donde el entusiasmo es el motor, y el barco puede sumergirse a grandes profundidades perdiéndose en el infinito océano del conocimiento-mente, donde no existen las fronteras y todo se diluye en un solo fin, vivir, crear, ser.

El juego, como dice André, es un estado, es el medio natural donde el niño o niña se desarrolla, como pez en el mar, en este medio, todo es posible, se desvanece la frontera entre lo real y lo irreal, no hay límites. 

Todo un mundo en nuestras manos.

El niño o la niña vive el momento presente intensamente, concentrado, se entrega incondicionalmente, confía en lo que hace, coopera para algo más elevado, va más allá de sus límites, busca la perfección, no existe el error, sí el aprendizaje, sí el coraje de seguir a pesar de todo, adelante, adelante, ¡confiando!

Estas cualidades naturales que desarrolla la infancia mediante el juego, son las que nuestra cultura / sociedad desea ver en las personas adultas que la configuran: concentración, superación, cooperación, esfuerzo, constancia, creatividad, entusiasmo, fuerza, voluntad, flexibilidad, … etc. 

Pero entonces … ¿de dónde surge el miedo que en nuestra cultura separa a las niñas y los niños de la fuente de todos estos potenciales, separando a los niños y niñas del juego; separando el juego del aprendizaje y buscando todos estos valores, únicamente desde la razón, ¿el aprendizaje memorístico y una moral desligada de la misma vida?

André Stern colabora con varios científicos, y comenta el hecho de que, según muchos estudios, la vida es cooperación, la vida es ahorro energético, la vida son sinergias, y sobre todo la vida es movimiento, cambio, adaptación, creación constante, cualidades que el juego nos da y así nos entrena para la vida misma.

Como explica él mismo, estudios recientes dicen que para que se dé el aprendizaje, se deben activar nuestros centros emocionales. Nuestro sistema educativo se basa en el aprendizaje memorístico, por ello olvidamos el 90% de lo que «aprendemos». El 10% restante son cosas que aprendimos porque nuestros centros emocionales estaban activos, sentíamos un interés, una motivación real. 

Además, el entusiasmo en los niños y niñas mueve el entusiasmo en los adultos: un niño se enamora por un tema, y ​​de repente todo el mundo hace lo posible para que lo disfrute. 

Y así el cambio de actitud también es hacia uno / a mismo / a como adulto / a.

Nuestros niños se convertirán en lo que nosotros vemos en ellos, pero también se convertirán en lo que ven en nosotros. Si queremos que nuestros hijos e hijas sean adultos felices, si queremos esto de verdad, tenemos que vivir ante ellos y ellas como adultos felices. Si no, el peso de la responsabilidad sobre ellos es muy grande.

Estemos en puerto para amarrar la confianza que merecemos y merecen,
despleguemos las velas sin miedo a la libertad que las ondea
naveguemos en las profundidades de la existencia
recojamos tesoros, que la vida nos espera.
Y si acaso, algún día naufragamos,
no dejemos de jugar, que la mar es dulce y salada
dulce y salada, dulce y salada.

André Stern: nació en 1971 y, como cualquier otro niño, empezó a jugar. En casa recibió una absoluta confianza en sus capacidades de autoaprendizaje. Al no ir a la escuela, pudo seguir jugando, experimentando, ocupando sus horas con todo aquello que le interesaba de forma espontánea. Sin imposiciones externas de ningún tipo. Y se convirtió en músico, compositor, lutier, profesor, autor, periodista, conferenciante.